Iniciamos esta sección de aprender en verde con una entrevista que aborda el tema de la diversidad funcional. Aprendiendo a través del conocimiento de Nacho Calderón, muchas gracias por habernos facilitado esta entrevista.
Eres un pedagogo, en momento en el que todo el mundo parece saber de todo y cualquiera parece saber cómo hay que enseñar, ¿Queda espacio para la pedagogía como disciplina? ¿Cuál es y cuál debería ser vuestro papel?
No creo que todos sepamos de todo, pero sí es cierto que la información está más accesible que nunca; por otra parte, estamos ante la población más formada de la historia, y estas dos cuestiones deberían transformar parte de lo que entendemos por educar.

En cualquier caso, tradicionalmente la pedagogía ha tendido a no reconocer los saberes de la gente (el alumnado, sus familias, la comunidad…), enseñando a partir de estándares descontextualizados, por lo que podían no estar asentados en la realidad. Esa falta de respeto que hemos tenido y que seguimos teniendo muchos educadores y educadoras impide incidir en lo que Vygostky denominó Zona de Desarrollo Próximo. Ahí es donde debe incidir el proceso educativo, puesto que es lo que la persona está en posición de aprender.
Sin embargo, cuando vagamente decimos: “el alumnado no sabe” o “todo el mundo cree que sabe de educación”, estamos obviando varias cosas. La primera es que el alumnado sabe cosas, y que es nuestra obligación como educadores conocer sus saberes (localizar su zona de desarrollo próximo) para ayudarles a transformarlos, mejorarlos y aumentarlos. La segunda es que las familias, en muchos casos, tienen ya más formación que nosotros como docentes, y tiene lógica que pidan mejoras en una educación que han vivido. La tercera tiene que ver con esto último: aunque a muchos docentes no les guste, porque lo ven como una amenaza a su poder, todo el mundo sabe de educación, porque todo el mundo se ha educado. Esto no significa que todo el mundo lo sepa todo, pero el saber está repartido, y no es propiedad exclusiva de los profesionales. Tampoco nosotros lo sabemos todo, y necesitamos mejorar nuestros conocimientos pedagógicos continuamente. Una gran herramienta para esa formación está en manos del alumnado y sus familias, por lo que necesitamos apoyarnos en ellas para mejorar nuestros esquemas y adecuar el proceso educativo a la realidad concreta de nuestro alumnado.
El saber está repartido y no es propiedad exclusiva de los profesionales Clic para tuitear
Hoy en día aún se habla de minusvalía, de discapacidad y de diversidad funcional como si de sinónimos se tratara, pero hay una gran diferencia de paradigma. ¿Cómo explicarías a las personas que nos leen por qué pensar en diversidad funcional?
Debajo de esas palabras hay distintos planteamientos ideológicos sobre nuestras diferencias, que van desde entender a la persona como con una ‘tara’ (por comparación con quienes se consideran correctas) a concebir al ser humano en sus diferencias, y por tanto como radicalmente distintos entre sí. Desde esta última atalaya, se entiende que las personas somos como somos (no como a otras les gustaría que fuéramos), y que funcionamos de diferentes formas, sin que haya una única forma correcta de ser ni de funcionar.
Las personas somos como somos. No hay una forma correcta de ser, ni de funcionar Clic para tuitear
Por tanto, hablar de diversidad funcional supone asentarse respetuosamente en esa naturaleza compleja del ser humano para entender que las diferencias son parte de nuestra riqueza. Pero no nos engañemos: solo cambiando unas palabras por otras no se transformará la realidad, porque a menudo las utilizamos como sinónimas. Entonces ocurre algo realmente peligroso: no cambió la gramática de nuestro lenguaje, y al hablar únicamente de diversidad puede neutralizarse una realidad que no es en absoluto neutral: las desigualdades que subordinan cotidianamente a unas personas respeto a otras por su distancia respecto a la norma. Necesitamos, por tanto, transformar nuestro lenguaje, que contiene estas palabras, pero que va mucho más allá de ellas.
También se habla de integración y de inclusión en la sociedad, ¿cuáles son las principales diferencias entre ambas?
Estos dos conceptos guardan relación con los paradigmas que acabamos de mencionar. Pero no dejan de ser conceptualizaciones que vuelven a encasillar la realidad en dicotomías excluyentes. Cada definición, cada conceptualización, deja al margen parte de la realidad, lo que vuelve a crear la exclusión que pretendemos responder. Pero bajo estas dos ideas que planteas hay una realidad tozuda: la de un grupo social mayoritario que subordina a otro, y que lo somete a sus normas para que sobreviva; y la resistencia de ese grupo subordinado para ser conocido y reconocido. Esto no supone la adaptación a la norma de la persona llamada discapacitada, sino la transformación de la cultura que la ningunea, somete y excluye. En las escuelas, por ejemplo, implica la transformación de la cultura escolar, que atañe a toda la institución: organización, metodologías, materiales, actividades, relaciones, etc.
Pensamiento médico rehabilitador, normalidad…
La normalidad es la gran idea organizadora de nuestras mentes y de nuestra realidad. Nos sorprendería si analizásemos cuantas veces al día es la idea de normalidad la que organiza nuestros pensamientos y desencadena emociones y actuaciones. Esto hace invariable el esquema de dominación del que estamos hablando: si la norma organiza (para eso está), la persona que sale de la norma es marginada. En este sentido, quien es considerado normal se educa, mientras otros tienen que curarse de su anormalidad. Tanto es así que casi instintivamente huimos de la anormalidad, porque entendemos que nos traería problemas… y con ello, seguimos abriendo la brecha que nos divide.
Si la norma organiza, la persona que sale de la norma es marginada Clic para tuitear
Has publicado un libro que se llama “Educación, Hándicap e Inclusión” en el que cuenta la experiencia vivida con su hermano. ¿Cómo es el día a día de una persona en un entorno excluyente?
Sí, es una narración reflexionada de un proceso de Investigación-Acción llevado a cabo por mi familia hace unos años, cuando uno de mis hermanos tuvo que enfrentarse a la pretensión de su escuela de cambiarle el dictamen de escolarización para enviarlo a un centro de educación especial. Esto es fruto de esa concepción dicotómica de normalidad y anormalidad de la que hablábamos, y que está tan presente en las escuelas: si no sigues el ritmo, repites, o tu curriculum se hace diferente al del resto, o sales de clase, o vas a un aula específica, o eres obligado a acudir a un centro específico. En cualquiera de estas medidas hay algo que queda incuestionado: la normalidad, que organiza la actividad del centro y excluye a estudiantes que tienen reconocido (incluso legalmente) el derecho a la educación inclusiva.

Ese modelo educativo hace un daño continuado a determinados estudiantes y a sus familias, que tienen el desasosiego de observar que la institución no comprende (y a menudo no quiere) a su familiar, que lidian con la exclusión cotidiana del aprendizaje y la participación de su hijo o hija, y que sienten encima la amenaza velada de que en cualquier momento será invitado a tomar alguno de esos itinerarios excluyentes. Cuesta trabajo pensar que una institución para la infancia como la escolar pueda provocar tanto sufrimiento a ciertos niños, niñas y familias.
Se habla de pacto nacional por la educación, ¿crees que puede significar el punto de inflexión para que se trabaje desde la inclusión en la escuela? 2017 es el año de la accesibilidad universal, ¿qué cambios serían necesarios en la escuela para que fuera inclusiva?
Me gustaría pensar que sí, que es posible hacer un pacto por la educación. Sin embargo, este pacto debe emanar de las bases, sobre una evaluación rigurosa del sistema educativo, y debe construirse contando con todo el alumnado.
Tenemos que entender que la escuela de hoy no puede ser la misma que la de hace 50 años: ni está dirigida a la misma población, ni el contexto social y político es el mismo, ni los conocimientos pedagógicos que tenemos son iguales, ni el acceso a la información… No cabe seguir pensando en la escuela desde los mismos parámetros, y uno fundamental es el reconocimiento de que la escuela obligatoria (repito, obligatoria) tiene que tener un diseño universal y debe desprenderse de la naturaleza marcadamente clasificadora y selectiva que mantiene en la actualidad.
La escuela de hoy no puede ser la misma de hace 50 años Clic para tuitear
La vía para esto no puede ser otra que la participación real de la comunidad en la vida y la actividad de los centros. Y me refiero no sólo a las actividades extraordinarias, sino a las ordinarias, a esas que los profesionales consideramos de nuestra propiedad y que se desarrollan dentro de las aulas.
Diversidad funcional, educación, inclusión, accesibilidad… en la entrevista hemos hablado de entornos. ¿Qué relación podría tener esto con la ecología?
Mucha. Por una parte, se trata del reconocimiento de la diversidad humana, del respeto a las diferentes formas de ser y de estar en el mundo, y de la necesidad de adoptar políticas educativas que protejan esa diversidad y la dignifiquen, porque al final es una cuestión de ecología humana: cada persona puede y debe aportar algo fundamental al resto, y de momento esto no lo estamos logrando. Es increíble que podamos vivir de una forma tan absolutamente injusta incluso con nosotros mismos, porque maltratamos hoy a personas cuyos cuerpos irremediablemente serán como los nuestros dentro de unos años. Esto es insostenible, como lo es el planteamiento actual de clasificar a la infancia de acuerdo a una forma de inteligencia (¡despreciando otras que nos han hecho humanos!), a una forma de moverse, a una forma de actuar…
Pero por otra parte, esta concepción de la educación más respetuosa con el ser humano entiende que se aprende socialmente, y que es por tanto ese marco social y cultural el que hay que transformar para que se produzcan avances personales. Para que el alumnado que ha sido históricamente excluido pueda construirse más allá de los moldes que la escuela y la socialización en general habían diseñado para él.
Hablanos del Proyecto Madres, por el que muestras tanto interés . ¿Por qué madres?
Hace tiempo que muestro abiertamente mi interés por aprender de las madres, de sus formas de construir la realidad, de su vínculo emocional (y no solo racional) que tanto necesita la escuela, de su posición subordinada en tanto que mujeres en una sociedad patriarcal… Confluyen en las madres muchas variables que me intrigan e invitan a seguir su estela para construir propuestas pedagógicas que sean capaces de recuperar a los niños y las niñas por quienes son, y no por lo que la escuela los convierte. Las madres tienen esa llave, pero en su relación con los profesionales y la institución son a menudo subordinadas, ignoradas y despojadas de sus saberes. Es necesario revertir esta absurda relación.
El Proyecto Madres al que haces referencia es desarrollado por Belén Jurado, una madre que concibe la red como espacio para mostrar otras formas de ver y pensar el mundo. Muestra en su blog las voces ignoradas de muchas madres (y algunos padres), que desde sus diferentes experiencias en relación con la diversidad funcional, ponen en cuestión lo que creemos que es la realidad social y también la escuela. Esas experiencias tienen la capacidad de cuestionar y transformar las relaciones de poder. Reivindican con sus palabras unas relaciones más equitativas, en las que se equilibre lo que hasta hoy es injusto.
También se lleva tiempo hablando de Vida Independiente. ¿Crees que podría existir alguna relación entre el feminismo y la ecología?
Una de mis preocupaciones es precisamente trazar relaciones en la construcción de conocimiento social desde diferentes realidades, que tienen que ver con colectivos que viven la desigualdad y que están construyendo diversos caminos para salir de sus situaciones estigmatizadas. La raza, el género, la clase social, la orientación sexual, la capacidad… son variables históricamente utilizadas como justificación de desigualdades. De ahí que todas ellas puedan hacer un aporte al resto, tanto en la comprensión del fenómeno singular que constituye cada una de estas realidades, como en la construcción de resistencias para su transformación.

Esto que parece casi obsceno (comparar lo que le pasa a una persona con esquizofrenia a lo que vive otra por el color de su piel, por ejemplo) es identificado claramente por muchas familias que no dudan hablar de apartheid educativo para referirse a la segregación que viven sus hijos e hijas bajo la justificación de la discapacidad. No hay en el fondo diferencia entre la segregación racial y la segregación de las personas por sus características cognitivas, por ejemplo.
Desde esta perspectiva, utilizando herramientas transversales, podemos pensar la realidad escolar mejor: sabemos que la escuela sustenta y refuerza la estratificación de la población en base a la clase social, ofreciendo legitimidad al destino social al que injustamente se ven abocados los niños y niñas en situación de vulnerabilidad o desventaja social. Pero podemos saber también que la institución escolar genera mecanismos que dirigen a las personas llamadas discapacitadas a la pobreza, la exclusión y la desvalorización social.
La escuela tiene que concebirse como una institución para luchar por la justicia social y la democracia Clic para tuitear
El movimiento obrero, las luchas feministas, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, el movimiento LGTB, el movimiento de vida independiente… tienen todos el denominador común de ser colectivos objeto de opresión, que son cosificados, negados y reprimidos, y que poco a poco están empoderándose para reclamar sus derechos. Construir herramientas teóricas para entender estos procesos, así como establecer alianzas entre todos estos colectivos (y dentro de ellos mismos) es fundamental para desarrollar propuestas resistentes que tengan la capacidad de cuestionar las relaciones que establece el capitalismo. Todo esto entronca con la ecología humana: necesitamos mejorar nuestro sistema social, para lo que la escuela tiene que concebirse como una institución para luchar por la justicia social y la democracia; y esto tiene que ir de la mano de una transformación de nuestra relación con el ecosistema. Son, al fin y al cabo, esas relaciones tóxicas que hemos generado en un sistema injusto las que tenemos que revertir. Y un buen inicio puede ser el reconocimiento de las voces negadas.

Nacho Calderón Almendros, profesor del Departamento de Teoría e Historia de la Educación y M.I.D.E. en la Universidad de Málaga (España)
Aquí tenéis su blog:
Me gusta el planteamiento de que la escuela debe concebirse como una institución que lucha por la justicia social …y bueno hay mucho camino que recorrer
Queda mucho por recorrer, pero lo estamos haciendo. Gracias por el comentario! Saludos
La lectura de este artículo la he sentido como un soplo de aire fresco.
Gracias.
Gracias! Un saludo
Gracias por el artículo, abre mi visión a una realidad que me sigue cuestionando cada día…
Un saludo
Me alegra mucho. Saludos!
Los que hemos tenido tantas malas experiencias en los llamados centros educativos leerte es un soplo de esperanza!!!! Gracias Nacho
Cuando en un texto crítico se destaca la esperanza pienso que se va en una dirección correcta. Muchas gracias por tu comentario, Juana. Abrazos
La idea es fabulosa pero el camino muy espinoso, sobre todo aspirar a que el sistema admita sus errores y los docentes se desnuden y desprendan de su parcela de poder. Claro que si no se da el primer paso nunca se dará el segundo.
Hay personas que están muy necesitadas de esos cambios. Tengo depositada buena parte de mis esperanzas en ellas como motor. Saludos y gracias por el comentario
Enhorabuena por todas las aportaciones positivas que se dan en este artículo acerca de las personas con diversidad funcional. Los que trabajamos con y para ellos y ellas sabemos de la importancia de sus necesidades, tanto sociales como personales.
En mi caso confluyen la faceta familiar y profesional. Cuando tuve a mi hijo con diversidad funcional llevaba trabajando con personas »especiales» trece años y ahora como antes opino lo mismo. Sin trabajar la empatía desde la guardería no conseguiremos solidaridad en estado puro. Todo el que conduce cree que no le va a tocar a él y que el que va en silla de ruedas no le toca de nada. Eso está ahí.
Te felicito. Muy buena aportación. Creo que también te (os) interesará: https://jfcalderero.wordpress.com/2018/03/15/la-educacion-personalizada-como-solucion-social-y-ambiental/
Saludos cordiales,
@JFCalderero
Mi caso concreto se aleja bastante de vuestras premisas y voy a aportar lo. Mi hijo nació en los años 60, cuando los conceptos de autismo y disfuncionalidad ni existían. Yo observaba en mi hijo reacciones distintas a los chicos de su edad, pero en todo lo demásra » NORMAL» según los cánones. Los médicos expresaban su ignorancia en plena lucha conductismo psicoanálisis. Lo llevé a un colegio incluso de élite para que fuera mixto en pleno auge de la segregación por sexos. Mi hijo aprendió a leer y escribir,
aunque tuve la suerte de que le aconsejaran cursos con las hermanas Aymerich, en Barcelona, para avanzar en psicomotricidad y pronunciación. Ahí me detectaron que había algo más y lo pusimos en mano de una psuquiatral
Total. El chico no pudo superar la presión del colegio tradicional y decidimos llevarlo a colegios de escola activa, que entonces imperaban siempre con refuerzo aparte psicológico. Las diversas escuelas, de mal en peor porque lo protegían pero tampoco avanzaba y en casa los problemas de incomunicación se hacían oatentes. Hasta que al final y por consejo psicológico fue llegando a escuelas especiales que comprendieron su situación y la nuestra.
Yo hoy aseguro que la inclusión es buena pero llevada por profesionales pues como he dicho mi hijo empezo desde el colegio «normal» pero sufrió mucho. Luego en escuela especial llevada por personas que aunque débilmente comprendían y trataban su situación, el chico empezó a sentirse bien. Hoy es un adulto de 51 años esta en una Residencia de muy pocos, con granja y atención específica, viene a casa cada dos semanas y su cambio ha sido enorme. Está con muchachos de su edad, se ha ido adaptando a estar fuera de los mimos caseros y creo que es feliz porque lo saben tratar sin descuidar el cariño por nosotros y el verlo a menudo.
Soy crítica con la inclusión en colegios, precisamente porque en mi caso fue al revés aunque sé que eran otros tiempos.
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