Pasado el 25N que es una fecha de las mujeres, publicamos la opinión de un hombre hablando del papel que los hombres deben jugar frente a la violencia machista
En este mes de noviembre, en el que de nuevo veremos a las instituciones, a los medios de comunicación y a buena parte de la sociedad movilizados en torno al 25N, nos toca a los hombres repensarnos cuál es nuestro papel en la lucha contra la violencia machista.
La violencia machista afecta a toda la sociedad. No solo a las mujeres Clic para tuitear
La violencia machista es una escandalosa realidad que afecta a toda la sociedad. El año pasado se registraron en el estado 150.000 denuncias por violencia machista. Desde el año 2003, cuando empezaron a contabilizarse hasta ahora, 1.100 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas. Y esta lacra sigue: el año pasado 99 mujeres y menores, este año ya llevamos más de 90 mujeres y menores asesinadas. Porque a las cifras oficiales hay que sumar las de diversos colectivos que las cifras oficiales no recogen, como los feminicidios familiares, por prostitución o por el crimen organizado.

Unas cifras que deberían bastar para que la violencia de género fuera percibida como el problema más grave de nuestra sociedad. Un tipo de violencia que es sólo una más de las muchas que podemos calificar como machistas, las cuales son perpetradas por sujetos de todas las edades, de todas las nacionalidades, de todos los estratos sociales y económicos. Porque cuando hablamos de violencias machistas no estamos contemplando sólo los feminicidios que no son sino la punta del iceberg. Estos no serían posibles si no hubiera muchos casos de maltratos físicos, verbales, sexuales, o bien emocionales, más difíciles de detectar.
En palabras de Octavio Salazar, “violencia ejercida por unos machitos que también conciben el amor y la sexualidad desde el control y el dominio. Unos tipos que son incapaces de reconocer la equivalente autonomía de sus compañeras. Los que hacen posible la permanente reinvención del patriarcado desde la asunción acrítica de que ellos han nacido para ser los amos, los putos amos”.
Los agresores, en su gran mayoría, no son hombres diferentes, especiales o enfermos. Son hombres comunes, ciudadanos típicos, en muchos casos modélicos, amables, reconocidos y, a menudo, respetuosos y cordiales en su trabajo.
Los agresores son, en muchos casos, hombres comunes e incluso modélicos y cordiales en su trabajo Clic para tuitear
Son hombres que basan su seguridad personal en valores que representan el estereotipo tradicional masculino; la imposición a través de la fuerza física, la competencia, la agresividad y un estatus de superioridad y privilegio con respecto a la mujer. Son hombres que no están siendo capaces de reconvertirse hacia un tipo de relaciones igualitarias, basadas en el respeto mutuo.
Esta violencia se ve reforzada, además, por la incapacidad de buena parte de los hombres para adaptarse a los cambios que el avance hacia una sociedad igualitaria está provocando.
De ahí la urgencia en trabajar con los más jóvenes, ésos que parecen tener normalizado el maltrato en las relaciones de pareja y que ahora, en el espacio salvaje de las redes sociales, no dejan de repetir modelos tóxicos.
Los agresores no son mayoría, ni mucho menos. Pero… ¿y el resto? ¿Dónde estamos y qué hacemos el resto de los hombres?
Los hombres que no somos agresores, ¿qué estamos haciendo? Clic para tuitear
La violencia es posible porque el resto de los hombres mantenemos algún tipo de complicidad y cierta tolerancia hacia ella. Ya sea por miedo, por egoísmo, por rencor o por una malentendida solidaridad masculina, lo cierto es que muchos de nosotros no hacemos lo suficiente para acabar con la violencia de género. Lo cierto, es que muchos de nosotros, sencillamente, no hacemos nada.
Cada gesto, actitud o comentario peyorativo y discriminatorio contra las mujeres, aumenta la permisividad y abre el camino hacia los malos tratos. Esta violencia contra las mujeres hunde sus raíces en un modelo de masculinidad dominante basado en la fuerza, el dominio y la violencia como herramienta para resolver los problemas, y todos estamos influenciados, en mayor o menor medida, por este estereotipo tradicional de identidad masculina.
¿Nos hemos parado a pensar si podemos hacer algo más de lo que hacemos para luchar contra la violencia de género? Esta es la pregunta que deberíamos hacernos los hombres. La mayoría, hasta ahora, nos hemos limitado a contemplar desde la distancia este gravísimo problema, sintiéndonos libres de culpa y pensando que bastaba con no ser nosotros los maltratadores.
Pero eso no es suficiente, pues EL SILENCIO NOS HACE CÓMPLICES.
Como cada día… como siempre, en este mismo momento, millones de mujeres están siendo maltratadas. Y, ante esto, los hombres no podemos seguir permaneciendo callados, pretendiendo no tener responsabilidad moral ante las víctimas. Muchos de nosotros no somos culpables de la violencia machista, pero si somos responsables, con nuestra pasividad o mirar para otro lado, de que esta se perpetúe.
Los hombres no podemos seguir callados Clic para tuitear
Tenemos que ser agentes activos en la erradicación, no solo de la violencia más extrema y visible (los asesinatos, las palizas…) sino también en esa otra forma de violencia más encubierta, (las humillaciones, los insultos, las agresiones emocionales y sicológicas, la discriminación sexual, social y laboral, etc.), la mal llamada violencia de baja intensidad. Porque de esa también somos cómplices.
Queremos ir cambiando además esas pequeñas expresiones de violencia contra las mujeres que muchas veces pasan desapercibidas: los llamados micromachismos. Ese machismo sutil, que es como una lluvia fina que cala y empapa nuestra vida, y afecta a nuestras amigas, hijas, compañeras, vecinas….
Un drama que sólo cesará cuanto dejemos sin aliento al machito que, conscientes o no, todos llevamos dentro.

Txema Olleta es el coordinador estatal de AHIGE . Asociación de Hombres por la igualdad de Género.
Para conocer mejor la asociación:
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